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La fantasía de enamorarse

Interesante post para reflexionar sobre el amor, la idealización y los sentimientos.

Confundir los sentimientos muchas veces provoca problemas innecesarios con la pareja. Aprenda a distinguir la diferencia y atrévase a superar el amor romántico.

El amor es algo que Pedro aún no descifra. Ha logrado vencer todos los indicadores de éxito a su favor, ha superado lo imposible en los negocios, en el deporte y hasta en la salud; sin embargo, en la intimidad, en las relaciones de pareja, parece siempre golpear contra un techo de cristal que lo regresa una y otra vez a los mismos protocolos del enamoramiento: la primera cita, los primeros piropos, los álbumes interminables de fotografías, los ositos de peluche… y todos los lugares comunes de la seducción.

Claudia, por su parte, se separó hace seis meses, su ex marido se le cayó al piso de un día para otro y aún no puede explicarse cómo no vio los síntomas de su fracaso, cómo pudo vivir tan engañada y tan ciega.

Pedro y Claudia están ahora saliendo, sienten mariposas en el estómago y un deseo profundo de hacer que su enamoramiento trascienda. Están cansados de ver cómo las parejas ideales se desvanecen. Ellos quieren un amor que se convierta en camino de vida. Ambos saben que deben librar una lucha con las armas de la aceptación y la tolerancia, para cruzar la brecha que hay entre el enamoramiento y el amor.

Más allá de los imaginarios y los constructivos sociales, el amor eterno existe. No está ni bien ni mal vivirlo o no vivirlo, ni es para todos, ni es de todos. No hay amor mejor que otro, amor es amor y cada uno vive el que le corresponde y aquel del que necesita aprendizaje. Sin embargo, algunas personas eligen la adrenalina del enamoramiento constante, la montaña rusa de las emociones sin profundidad. Para otros, el amor en pareja es un océano de profundidad, pero también de aburrimiento. La pregunta que surge es ¿cómo dar con ese punto medio que es el buen amor?

La fantasía de enamorarse

No todo amor comienza por el enamoramiento, ni todo enamoramiento deriva en amor. La literatura, el cine y la publicidad nos han hecho pensar que el enamoramiento es un estado que debe permanecer y no un proceso orgánico que exige desarrollo. El enamoramiento es un producto de consumo, es una mentira global económicamente rentable.

Todos sabemos que, en la realidad, la historia empieza donde terminan los cuentos de hadas. Sin embargo, nuestra cultura insiste en mantener y promover este espacio alterado de conciencia y de locura transitoria como si fuera ése el verdadero amor.

Los deseos son las manos del enamoramiento, mantiene las máscaras en su lugar para que ni el uno ni el otro se desilusione; gracias al deseo, necesitamos al otro para uno mismo y compensamos con él las carencias afectivas. Es un estado pre psicótico con la sublime expansión del yo; uno, entonces, se enamora de sí mismo, de lo que quiere oír, dejando un reguero de pistas para que el otro lea y adivine. El enamoramiento –o amor romántico– es un hechizo mezclado de hormonas masculinas y femeninas que producen un trance hipnótico en el que los enamorados caen enceguecidos y distorsionan completamente la imagen del otro a cambio de la imagen ideal que tienen en la cabeza. Es una anestesia a la crítica y a la capacidad de discernimiento, es una mezcla de manía, demencia y obsesión que aísla a la gente de su familia y de sus amigos; es un estado “de ilusión”, por así llamarlo, en el que solamente percibimos aquello que nos gusta y nos identifica con el otro. Lo idealizamos todo y vemos la vida de una manera casi perfecta. Enajenados y narcisos, damos serenatas, hablamos por teléfono largas horas y estamos dispuestos a perdonar y a darlo todo, en una borrachera de pasión, mezcla de testosterona, dopamina y serotonina que dura entre 18 y 30 meses según los científicos, pero que deja unas resacas a veces de toda la vida. Bien lo decía Ortega y Gasset: El enamoramiento es un estado de “imbecilidad transitoria”.

La lucha por el amor

Cuando caen los anteojos rosas, percibimos la realidad, el enamoramiento termina y comenzamos a ver al otro como es. Sus defectos se hacen más notorios y molestos y, así, comienzan las críticas y las actitudes negativas. El viaje ha terminado y el otro es iluminado por la verdad de la mañana, sin maquillaje y sin fuegos artificiales, es quien en realidad es. Aparece la desilusión y llega la crisis, la urgencia de recogerse, de volver a ser uno más allá del otro. Nos desintoxicamos, sufrimos el síndrome de abstinencia y luego decidimos si continuamos la relación o si seguimos buscando.

Elegir es construir y abrazar al otro con todo y su sombra yendo, más allá de la pasión, hacia el amor maduro, el amor de la aceptación. Durante el proceso, cuando uno elige y dice “me quedo”, cuando uno sabe que hay millones de personas allá afuera, pero una sola para construir; cuando damos el paso y vivimos con valentía, damos comienzo al amor trabajo, al amor que invita a curar nuestras heridas infantiles, al amor que va más allá de nuestro dolor.

Es ahora cuando relevamos las endomorfinas, que actúan de manera similar a la morfina, y nos vinculamos a la persona elegida desde un apego sano, sintiendo junto a esa persona paz, tranquilidad, seguridad. El deseo infantil, egoísta, inmediatista, evoluciona en la persona psicológicamente, convirtiendo la posesión en aspiración, la sexualidad en totalidad, la conciencia en la trascendencia que nos permite conquistar, poseer y cumplir nuestros sueños en compañía.

El amor se revela como una fuerza divina, consciente, que nos conduce hacia la realización de todo nuestro potencial. Es por ello que todo amor verdadero por una persona implica, como ha enseñado Erich Fromm, preocuparse, responder, respetar y conocer a esa persona. Es el evento de despertar a la belleza del ser amado y sentirse integralmente atraído e inspirado por él, hasta lograr que ese amor sea la apertura a un mundo de éxtasis y el comienzo de una transformación personal que florezca en evolución del ser y en cosecha inspiradora.

Fuente: Revista Cromos/ Salud

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