Este pasado martes en la mañana fui a ver a un hombre que necesitaba ayuda con un tema de eBay. Un amigo me había llamado para darle una mano a su amigo, “dicen que se me dan bien las redes sociales”. Cuando me lo comentaron, lo primero que dije fue “no tengo tiempo”; sin embargo, una voz interior me dijo "vamos". Y así, el pasado martes en la mañana estaba allí, sentada con un hombre cercano a los 70 años que me puso a pensar muchísimo en el curso de la vida, los giros que se pueden dar, el valor de la amistad, el aquí, el ahora, la vejez y la soledad.
En su juventud, como el mismo dice "era un tipo de los de presumir y tener, tener, tener". Parte de su vida la dedico a trabajar, montar empresas, comprar casas aquí y allá. Quizá ese sueño Idílico en el que muchas veces nos subimos de tener y acumular.
Después de "atesorar" para su vejez, el futuro y el de sus hijos, vino el caos. Hijos pelados por lo que su papá había trabajado y dedicado tanto tiempo. Cada hijo una casa, cada hijo una empresas y después, para él, el total abandono. No quiero juzgar a los hijos, y sí, sólo conozco un trazo de la historia resumida en la tristeza profunda de unos ojos azules que observaban con profunda nostalgia, mientras yo iba haciendo cosas en la compu, con la agilidad propia de mi generación y la mirada apacible de quien se pierde en el afán y la rapidez que mueve el mundo de hoy.
Mientras hablábamos en medio de un café, sus ojos tristes y resignado se llenaban de lágrimas diciendo “ ahora tengo que dejar estas cuatro paredes. A mis casi 70 años, mi pensión no me da para vivir aquí, confíe en mis hijos y los puse como administradores de todo y me lo han quitado todo”. He de decir que no es la primera vez que escucho algo así.
“Ahora vendo aquello que un día me dio alegría, aquellos objetos que me dieron amigos que ahora que estoy en la vejez y la pobreza no existen. Vendo mis objetos preciados, mi coche, mi colección de relojes y todito lo que me pesa. Vendo todo para que mi vida quepa en una maleta. Destino: un armario y la soledad de la vejez qué se encierra entre cuatro paredes. Quiero que todo me quepa una maleta, esa con la que llegué a este País y quizá sea con lo que regrese a morir en mi Tierra natal”
Durante la mañana del martes me quede dando vueltas a mi experiencia, pensando y reflexionando sobre el sistema padres – hijos, las relaciones y el desequilibrio que en ocasiones se da dentro del sistema, sobre todo, cuando parte de mi trabajo es la sanción con los ancestros, el reconocimiento de nuestro linaje, el poner en orden el sistema familiar para sanar las heridas del pasado.
Pienso en los hijos, los nietos y los demás descendientes y lo que el enojo, la rabia y la separación trae consigo para las generaciones futuras de estos padres – abuelos que son negados, excluidos del sistema; de los nietos y descendientes que viven un sistema familiar en el que se dificulta tomar la vida.
Pienso, en el tipo de relaciones que muchas veces creamos con nuestros más cercanos, en las prioridades que el mundo y la sociedad de la Generación C (The Connected Collective Consumer) está viviendo. Pienso en la soledad y la vejez, lo que estamos brindando a esa generación que quizá hace 40 años quiso revolucionar el mundo y que hoy envejecen solos en una batalla que se da casi por perdida. “Vivir dignamente a la edad adulta”.
Los invito a reflexionar conmigo, compartir y dejar sus comentarios.
Cuando los niños no reconocen su sistema familiar, su pertenencia y el lugar que ocupan en el mismo, se debilita su fuerza para tomar la vida.
Los niños toman la vida cuando hay re conocimiento a su sistema, al saber que pertenecen, reconocen las fortalezas del mismo y dejan con amor las responsabilidades que no les corresponden a los otros.
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