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Recientemente he estado trabajando con varias mujeres en un espacio personal, y en ellas he encontrado un denominador común que es el que me lleva hoy a escribir esta reflexión.
Escucho las voces de mujeres sumidas en el miedo de ser ellas mismas, agotadas energéticamente por la necesidad de agradar, y exhaustas de usar armaduras y ropajes que cubren su verdadera fuerza y feminidad. Son voces de mujeres que ya parecen no tener fuerza, pues la carga de la armadura que han decidido usar es más pesada que sus propios cuerpos.
Armaduras, trajes, comportamientos, y todo tipo de culpas que se asumen consciente o inconscientemente con un único objetivo: Agradar a otros.
Entonces, vienen a mi mente mensajes recibidos en la infancia, que resuenan no solo en mí, sino en cientos de mujeres que crecimos y vimos escuchando frases como: “tienes que ser buena, no grites, no digas palabrotas, no contestes, compórtate en todo momento, las niñas deben estar siempre limpias y arregladas, no salgas a la calle porque te ensuciase, etc…”.
Valdría la pena seguir con la lista, seguro que entre todas podríamos hacer un registro enorme con este tipo de frases, que con el tiempo hemos convertido en decretos o programantes y que por tanto asumimos, creemos y vivimos; aunque en el fondo, nos choquen, nos limiten y sobre todo nos quiten la fuerza para ser nosotras mismas.
La pregunta entonces es, Yo, todo esto que hago, por qué lo hago? A quién estoy buscando agradar?
Un buen inicio para la reflexión es hacer una lista de estos mensajes que recibiste de niña, que escuchaste y que resuenan constantemente en tí, ellos se convertirán en el punto de partida para tu trabajo personal. No se trata de juzgarlos, se trata de verlos y analizarlos a la luz de unos ojos nuevos, y un corazón dispuesto a quitarse la armadura, romper los trajes limitantes para iniciar así el viaje reconciliador con tu verdadero ser MUJER.
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