Hace algunos días leía esta carta al pólipo, y me recordó uno de los trabajos que hacemos con el acompañamiento a mujeres, su salud y sus emociones.Es quizá una técnica que no conoces, pero que resulta bastante positiva cuando se realiza desde un diálogo sincero con el órgano afectado. Hablar a tu cuerpo es una manera de conocerlo, de acercarte quizá a ese mundo desconocido para ti.
Recuerda que si estás pasando por una situación similar, no tienes que hacerlo sola. Todas necesitamos hablar, escucharnos, sentir que alguien nos toma de la mano y nos acompaña. Así que no dudes en ponerte en contacto si necesitas esa mano.
Carta al pólipo
Querido pólipo, o mejor don pólipo; no, no, mejor polipillo; y qué tal polipinsky, ¡ash! No sé cómo nombrarte y tampoco sé dónde ubicarte. Bueno, tú, el ginecólogo, la enfermera y yo sabemos que estás localizado en mi cérvix, no sé exactamente en que coordenadas. Tomando como punto de partida: ¿la vulva, la vagina o el útero?, tampoco eso lo sé. ¡Vaya ignorancia la mía!
Mi asunto contigo va más allá de tu localización, tiene más que ver con el lugar que estás ocupando en mi vida en estos días. Y no es que seas tan importante pero mientras tanto, viniste a distraerme de continuar escribiendo mi autobiografía, tal cual la tenía planeada. No es que me la pase pensando en ti todo el tiempo, pero con sólo venir a plantarte en mi cérvix, me distraes. ¿Qué es lo que buscas?, he pensado que necesitas un poco de atención para después irte. Pues aquí me tienes, poniéndote atención por sobre mi capítulo “Después de los bolillos”, que estaba por escribir.
Mira, yo sólo iba a mi chequeo trianual de rutina con el ginecólogo, hace más de tres años que no me lo hacía, por eso le digo trianual. Además había decidido no volverme a enfermar de asuntos ginecológicos, según yo, jamás me volvería a parar en un consultorio de esta especialidad porque me dedicaría a la ginecología autogestiva. Tenía pensado comprarme mi kit de espéculo vaginal, gel lubricante y lamparita, conseguir una cámara fotográfica prestada para tener imágenes del día a día de mi vagina y de mi cuello del útero. Pero la verdad estoy tan ocupada en tantas cosas, como para tener que ocuparme también de mi propio cuerpo. Sin embargo, varias situaciones me orillaron a tomar la decisión de ir de visita con el ginecólogo, nomás para echarle una checadita ahí abajito y ver que todo está bien, lo mismo con mis senos.
Una de esas situaciones era que en el último año y medio, en algunas ocasiones, mi seno mi seno izquierdo me daba más dolor que el acostumbrado en mi fase premenstrual. Otra de las situaciones, y por más absurda que parezca, es que en estos días tuve un sueño muy extraño. Soñaba que estaba en un momento muy erótico con mi varón, en el que estaban bastante muy involucrados mis senos. Cuál fue mi sorpresa que al levantarme y cambiarme de ropa, varón y yo nos dimos cuenta que en mi seno izquierdo traía una marca en la areola, como de chupetón. Y en serio pólipo, no hicimos nada nadita esa noche, ¡te lo juro!, bueno, sólo en mi sueño. No dije nada, sentí miedo pues de un año a la fecha mis sueños son muy vívidos y muy reveladores, pero creo que esta vez sí me pasé, jajaja. Este miedo se alimentó del recuerdo de las molestias premenstruales.
Una semana después de ese sueño, fue cumpleaños de mijo, un día antes de su cumple estuve recordando cómo viví mi embarazo, el parto y el postparto. Escribí extensamente de estos acontecimientos, y mi útero comenzó a palpitar con fuerza, como cuando estaba embarazada. Durante dos días traje el útero palpitante, la verdad me gustó mucho la sensación pues sentía como que esa parte de mi cuerpo hubiera por fin cobrado vida, me sentí muy bien con esa sensación, me provocó alegría, me sentí fuerte, viva, muy, por así decirlo, muy mujer. Por un momento pensé que tal vez mi memoria celular revivió instantes de hace dieciocho años y volví a parir a mi hijo pero ahora adulto, para cortar el cordón umbilical invisible que todavía lo unía a mí. Después, mi amiga Marce C. amiga que sabe mucho de eso, me corroboró que era muy probable mi deducción.
Así que con todo este relajo físico, emocional y psicológico, hice la cita con el ginecólogo. El día no tan esperado me vestí ligera y me lancé a la fundación donde voy al chequeo. Llegué, me anoté y me senté un rato; al ver que había once mujeres antes que yo, me salí a hacer algunas cosillas a la calle. Al regresar me senté, saqué mi libro y me puse a leer, y como a la hora y media me llamó la enfermera. Como siempre que voy con el doctor, con cualquiera, trato de esperar con la mayor calma, pero cuando escucho mi nombre, siento cómo algo recorre mi cuerpo de cabeza a pies y viceversa, sudo frío y siento ganas de correr pero en sentido contrario al consultorio. Nunca he podido evitar esa sensación, por más que me diga cosas lindas internamente, por más compañía que lleve conmigo, por más valiente que me quiera hacer o ver, siempre termino sintiendo eso. ¿Será que me inculcaron que los doctores son ave de mal agüero? Ya pasada la sensación me levanté, fui muy decidida al consultorio, el doctor me saludó diciéndome ¡hola, qué milagro!, me pareció un tanto condescendiente… Pero he de aceptar que prefiero eso a que no me volteen ni a ver y me traten como una ignorante que no se merece explicaciones, como me han hecho otros.
El Dr. O. es un hombre que pisa los cincuenta y algo de años, tipo clase media, blanco, cabello oscuro y apariencia medio gay, esto último me hace sentir en confianza, ¿por qué será? Me preguntó el motivo de mi visita. Sólo le dije que iba a chequeo anual y le confesé los años que llevaba sin acudir. Le comenté de la pequeña molestia en el seno izquierdo y me pidió pasar a la parte lateral del consultorio con la enfermera. Ahí me dieron las instrucciones de siempre, desvestirme y ponerme la bata azul de tela con la abertura hacia atrás. Decidí, para facilitar la revisión de senos y hacerlo todo más rápido, ponerme la bata con la abertura hacia delante. Me senté y grité ¡estoy lista! Cuando O. me vio, sonrió y me dijo: “por qué te pusiste la bata así, ¿qué me mostrarás todo?” Y yo cínicamente le respondí: “¿y qué no?”, acto seguido, me abrí la bata diciéndole que no me daba pena mostrar el cuerpo, nos reímos mucho y mientras terminábamos de reír me pidió que moviera los brazos de ciertas formas para ver mis senos. Todo lo veía bien pero para analizar más de fondo la molestia, y por mi edad, me mandó hacer una mastografía, esas como radiografías en donde te aplastan la teta con una máquina dejándotela del espesor de una calcomanía.
Luego me pidió acostarme en la cama ginecológica. Esta vez también decidí que todo fuera rápido y me acomodé con las piernas bieeen abiertas, tanto como pude, para que no me digan como siempre: “bájese más y abra bien las piernas” pues me hacen sentir inútil y torpe. Creo que mis piernas se abrieron tanto como se ha abierto mi mente en estos últimos meses. Mientras platicaba y cotorreaba muy a gusto con el ginecólogo -supongo que para pasar el trago amargo de la entrada del espéculo y el nervio de que me vaya a doler-, él husmeaba dentro de mí, yo preguntaba cosas y el respondía, en eso vi algo rojo en mi cérvix, pensé que era sangre pero el doc me dijo que eras tú pólipo. Me dijo que no eres dañino pero que había que mantenerte en observación para checar que no crecieras más pues te vuelves molesto y hasta doloroso, como una ampolla, y si te revientas dueles como ampolla. Me explicó que si creces había que quemarte para evitar molestias. ¿Quemarlo?, grité para mis adentros, pues ni que fuera chicharrón de puerco. Me preguntó si había dolor o sangrados entre periodos o cuando tengo relaciones sexuales pero no tengo nada de eso. También dijo que los pólipos son formaciones benignas que surgen ya sea por inflamación crónica, por cambios hormonales o por mala irrigación sanguínea. Me dijo también que muy pocas mujeres los presentan y que sólo en casos muy escasos puede tornarse maligno. La verdad es que soy muy regular en mi ciclo menstrual y casi nunca he tenido el famoso síndrome premenstrual, a excepción de algunas ocasiones en que se me inflaman los senos, motivo por el cual también acudí. No tengo aromas sospechosos, ni dolor al tener sexo, no tengo molestias de ningún tipo. Pero en eso recordé las palpitaciones de mi útero y se lo conté. No me atreví a decirle por qué creía que las había sentido ni le dije que me hicieron sentir muy mujer pues temí que me tachara de ridícula, ignorante y hasta loca. Me dijo que lo mejor sería hacer un ultrasonido pélvico para ver qué pasaba en el útero. Después de los estudios decidiría el paso a seguir. Bueno, pensé: “decidiremos juntos, tú sólo no”.
Más tarde, platicando con mi sabia amiga Marce M., le pregunté por algún tratamiento alternativo para erradicarte, sí, ya sé que suena fuerte y que muy probablemente no te guste esto, pero la neta es que no te quiero dándome lata. Me dijo algunos remedios como baños de asiento con sábila blanca y madre selva, y fue contundente: “atiéndetelo, no lo dejes pasar, si hay que quemarlo hazlo”. El consejo de Marce fue claro para mí, no hay de otra, hay que hacerle lo que hay que hacerle, con tratamiento alternativo o alópata. Algo que me marcó de lo que me dijo Marce fue: amiga, esa es la ginecología autogestiva,ginecología autogestiva, cuando te comienzas a hacer cargo de ti y buscas alternativas para atenderte. Lloré pues caí en cuenta, en ese mismo instante, que siempre le había dejado mi cuerpo y mi salud a otrxs, en este caso a los doctores. En lo sexual, a mis parejas…
Conforme pasaron los días pensaba y pensaba por qué apareciste en mi vida, por qué en el cérvix, en la puerta al útero, el centro de la creatividad. Todo esto sin dramas, sólo que me encanta cuestionarme y reflexionar acerca de lo que me pasa, sólo eso. Con eso de que cada órgano del cuerpo está asociado a cierta emoción y si a eso le agregamos lo que nos pasa en la vida, más la alimentación, más la carga genética, más los traumas, las frustraciones, los complejos, más muchas cosas más, pues me da para pensarle un buen rato.
Con los días también llegué a pensar muchas burradas como: “¿cómo me salió un pólipo si soy Moon Mother?”, “pero si soy respiradora ovárica ¿como es que me pasa esto a mí?” “si soy sumamente espiritual, casi incorpórea, no me debió salir eso”, “si me dedico a sanar todo lo que tenga que ver con lo femenino”, “si soy mi propia conejilla de indias…” Y ahí fue que volví a caer en cuenta que soy también cuerpo, de hecho sin carne y sin huesos, ni estaría aquí en este momento. Mi cuerpo es mi vehículo y mi cuerpo y todo mi ser es Unidad. Además, a mis cuarenta años, es entendible que el cuerpo comience a manifestar el paso del tiempo.
Luego acudí a las teorías que sostienen que las emociones no aceptadas nos enferman. Pensé si en realidad eres una enfermedad o qué. Por un momento hasta me culpé por mis emociones. Pero soy humana y soy emocional. Y sí creo en esto de las emociones, sin embargo no caeré en el error de culparme por tenerlas. Eso sí, tengo chamba para un buen rato pues sí que hay mucho qué aceptar.
Pólipo, pensaba que eres una sorpresa negativa en mi vida pero ahora me doy cuenta que en realidad viniste a atraer mi atención sobre mi propio cuerpo pues tu eres una extensión de él, tal vez una que sólo tiene la tarea de venirme a recordar que debo cuidarme a mí misma como nadie más lo hará.
Gracias pólipo por esta enseñanza que me has traído, no es lo mismo tener la información en la mente que vivir las cosas en carne propia y ahí es cuando necesitamos aplicar todo eso que hemos leído, escuchado, etc. Por eso decidí escribirte pues sabiendo que la escritura aclara, con este ejercicio me doy cuenta que: me estoy aceptando, estoy aceptando que no sólo soy espíritu ni ego, también soy cuerpo. Es más, no soy ni espíritu ni ego ni mente ni cuerpo, soy Unidad. Me doy cuenta que soy una mujer vulnerable, por el simple hecho de estar viva, y que he de hacerme cargo de mi misma ¡ya! Estoy en una edad de cambios y sorpresas y en lugar de preocuparme, he de ocuparme. Tengo miedo pero sé que no estoy sola, hay muchas más mujeres con quienes puedo acompañarme y pedir consejo en este proceso que es la Vida. También hay personas con conocimientos técnicos que yo no tengo y a quienes puedo acudir sin dejarles todo el poder sobre mi cuerpo.
Pólipo, escribirte es parte del tratamiento que ya me receté y eso me hace sentir más tranquila y segura, aun cuando sé que no puedo controlar todo pero que sí puedo prevenir. Mientras voy a la consulta para que me den los resultados de los análisis clínicos, estoy aquí, sanando desde donde puedo y quiero. Ya veremos con el doctor qué acordamos para darte paz, para darme paz.
Bueno poliporro, como verás ya te puse atención, ya te dediqué todo un texto. Te despido agradeciéndote también que me inspiraste para inaugurar un capítulo de mi autobiografía que se llamará “Mi cuerpo, mi primer espacio” como comienzo de mi autocuidado.
Amma
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Espero que esta información te haya sido útil, y si quieres trabajar tus emociones, creencias, miedos y secretos.. Mejorar tu vida como mujer, tu bienestar y salud emocional, no dudes en ponerte en contacto.
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