Morirse es una costumbre que tiene la gente, como la siesta
Publicado September 19, 2019
Cada año, alrededor de 20 millones de personas en el mundo mueren solas. La revista SEMANA conversó con Enric Benito, experto en oncología y cuidados paliativos sobre la importancia de humanizar este proceso y entender por qué puede ser “una experiencia dulce e informativa”.
Es una de las perspectivas de acompañamiento que más me gusta. Su reflexión y enfoque de trabajo se unen a mi mirada y enfoque en el acompañamiento y terapia de Duelo y el buen morir. Por ello comparto aquí la entrevista.
Para hablar de la muerte, Enric Benito, oncólogo y experto en Cuidados Paliativos, suele citar una frase del escritor argentino Jorge Luis Borges: “morirse es una costumbre que tiene la gente, como la siesta”. La usa para explicar lo absurdo que es el hecho de que las personas le tengan tanto miedo. En su visita a Colombia para hablar de la importancia de los cuidados paliativos, SEMANA conversó con él.
SEMANA: ¿Para usted qué es la muerte?
Enric Benito: Es el viaje más interesante de nuestra vida aunque la gente le tenga mucho miedo. Venimos a este mundo y lo que único que tenemos seguro es que nos vamos a ir. Hay un proceso de nacimiento y un proceso de morimiento. Entre tanto, está el tiempo que pasamos. Lo que pasa es que vemos la muerte a través de un constructo cultural y mental errado. Es un espantapájaros que hemos vestido con nuestros miedos pero que cuando lo miramos a los ojos, no existe. No hay nada que sea la muerte. Lo que hay es un proceso de morir. Está claro, desde el un punto de vista académico,que la conciencia no está localizada en el cerebro. La persona muere, desaparece, cierra una biografía, pero no pasa lo mismo con la conciencia de la persona. Esto es algo de lo que tenemos evidencia. Por lo tanto ese miedo es lo que aumenta el sufrimiento. Cuando alguien tiene que irse intenta hacer como que no se va. Y esa lucha lo complica más.
SEMANA: ¿Entonces usted cree que después de la muerte hay algo más?
E.B: Yo no creo en nada, mi aproximación es empírica. Tengo mucha experiencia porque he acompañado a cientos de pacientes y sé como va. La conciencia que tu tienes, lo que haces que te des cuenta de lo que está sucediendo, no te lo has dado tu. La conciencia no es producto del cerebro, igual que el hígado produce bilis o el estómago ácido clorhídrico, no. La conciencia está deslocalizada, afuera. El cerebro es la interfaz que necesitamos para poder expresar conciencia pero no la produce. Cuando el cerebro se apaga, no deja de estar. Y eso no es una creencia religiosa, es una experiencia humana que puede comprobarse cuando se acompañan a pacientes al final de la vida. Hay muchos estudios sobre eso. Sabemos que la muerte no existe. Lo que pasa es que negamos la realidad y al negarla no podemos trabajar con ella. No es fácil nacer, tampoco es fácil irse. Tenemos muchos al momento de nacer, ¿por qué no ponen la misma ternura y profesionalidadal final de la vida?
SEMANA: ¿Qué papel juegan los cuidados paliativos en todo esto?
E.B: Los cuidados paliativos son la atención profesional y humanizada para cubrir las necesidades de las personas en el proceso de morir. Es decir, empezar a hacer las cosas que hay que hacer cuando la medicina oficial dice que la muerte es inminente. Ese proceso es muy rico, interesante y complejo porque requiere saciar unas necesidades físicas, sociales, emocionales y espirituales que todas las personas tienen en esta etapa. El proceso de morir es una oportunidad para que las personas se pongan en contacto con la profundidad que siempre ha estado ahí y que a veces no han conocido. Ahí se abre una ventada de oportunidad para trabajar ese aspecto. Los cuidados paliativos además de quitar el dolor alivian el sufrimiento. Los cuerpos duelen las personas sufren. Y el sufrimiento es algo para el que normalmente la medicina tradicional estandar no tiene respuesta. En cuidados paliativos trabajamos en cómo aliviar el sufrimiento del paciente y la familia.
SEMANA: ¿Qué necesita una persona al final de su vida?
E.B: Un buen control de síntomas, que la carrocería no le duela, que el cuerpo no le moleste. Tiene que tener proximidad de las personas que quiere, por lo tanto, morir en un hospital, en una sala donde hay muchas personas, es inmoral. Tiene que tener intimidad, estar con los suyos, haber hecho la paz con su historia. Reconocer lo vivido y entregarse a lo pertenecido.
SEMANA: Hoy en día la mayoría de personas mueren en un hospital. Y muchas veces los médicos y familia intentan alargar ese periodo. ¿Qué opina usted de eso?
E.B: No puedo hablar de Colombia, pero sí de España. En mi país el 70 por ciento de las personas mueren en hospitales. No está del todo mal pero si en el lugar no hay un equipo experto en cuidados paliativos es el peor sitio donde morir porque van a hacer todo lo posible para que no suceda. Eso es igual que pensar que en el momento en el que hace un bebé alguien diga: “no vamos a consentir que nazca”. Provoca más daño, más sufrimiento, más costo y al final, la gente que ha participado algo que no está bien, tienen un duelo peor. Por lo tanto, en mi opinión, poner quimioterapia hasta la capilla ardiente y pretender que no va a morir, es inhumano. No es ético. No le da tiempo a la persona de prepararse y se está engañando a la familia. Uno no engaña al enfermo porque todo el mundo sabe que se está muriendo, el problema es que muere muy solo porque los que le quieren y cuidan han pactado no hablar de lo que más le interesa.
SEMANA: ¿Hay una mejor forma de morir?
E.B: No. Cada cual muere como ha vivido. Morir se construye durante toda la vida y no hay una forma correcta o no. Además, la casa de la muerte tiene mil puertas para que cada uno encuentre la suya. Pero, en general, si una persona ha vivido con plenitud, ha amado, querido y perdonado, cuando llega la muerte hay certeza de que la vida no es solo lo que parece sino mucho más. En ese momento puedes soltarte más fácil. Para mí una buena muerte es la de aquel que hizo todo aquello lo que vino a hacer y al momento de irse sabe irse con dignidad coraje, confianza y dando lecciones. Porque cuando alguien muere los que les miran los jóvenes los que están ahí están muy preocupados, no han visto nunca esto. Cuando alguien se va, deja un legado a los que quedan. Si el que se va se va en paz, los demás aprenden que esto puede que no sea tan feo. Si te vas con miedo o incertidumbre, tampoco está mal, porque al final todo acaba bien, pero es más difícil.
SEMANA: ¿Por qué decidió dedicarse a los cuidados paliativos?
E.B: Cuando eres niño y deseas ser médico, enfermero o psicólogo, eres una persona con un corazón compasivo que quiere ayudar a los demás pero el sistema está montado para que hacer eso sea difícil. El sistema te lleva a ser importante, famoso, rico, prestigioso, pero te aleja de lo compasivo. Esa medicina está centrada en el cuerpo y no en la persona y eso a mí me defraudó muchísimo. A mis 40 años decidí que la oncología y la quimioterapia no me satisfacían porque no correspondían con aquello que yo había decidido hacer. Cambié y me encontré algo mucho más interesante. Pensé que en lugar de seguir luchando para seguir alargando la vida de algunos, era más interesarme ver qué es eso de morir y cuidar de ello.
La gente me pregunta: ¿Qué haces ahora que dejaste la oncología? Yo les digo: he trascendido, hago algo de mucha más categoría. Hacer quimioterapia, cirugía cardíaca o bypass coronario está muy bien pero es fontanería elegante. No tiene nada que ver con quienes somos, qué hemos venido a hacer aquí, qué sentido tiene la vida y qué puedo hacer. Y es lo que descubres cuando te acercas al borde del misterio que es el la muerte. De eso sales enriquecido. Todo lo que me enseñaron mis pacientes no me lo enseñó ningún catedrático de medicina.
SEMANA: ¿Cuál es el desafío más importante que tienen los cuidados paliativos hoy?
E.B: Los ciudadanos piensan que los cuidados paliativos correspondem a geriatría o pacientes mayores. Pero es importante que tengan información sobre el tema y lo exijan como un derecho universal, porque tener compañía al momento de despedirsede esta vida es algo que todos merecen. La muerte puede ser una experiencia dulce y muy informativa. Hay que bailar con ella. Cuando tienes un problema gordo en la vida te planteas: ¿Esta marca de coche que me acabo de comprar, qué importancia tendrá el día que me muera? La muerte te ubica, el tenerte que morir te pone en tu sitio. ¿Qué es importante? ¿Para qué estoy aquí? ¿A qué hemos venido? A ser felices básicamente. El reto más grande es educar a la gente sobre todo lo que puede enriquecer entender el proceso de la muerte.
SEMANA: ¿Es más fácil aceptarla o irse cuando se cree en algo?
E.B: No necesariamente. Las religiones son los constructos de los que los humanos nos hemos dotado para llegar a la experiencia de nuestra profundidad como seres humanos y descubrir que estamos hechos de material eterno. Eso son las religiones. Pero si se convierte solo en un rito que solamente da normas y no te ha permitido experimentar la profundidad, no sirve para nada. Ahora, la religión es un constructo maravilloso que puede llevar a la profundidad de experimentar lo que eres. Si es así entonces podría dar la consistencia para vivir con plenitud y morir con tranquilidad.
SEMANA: ¿Qué le han enseñado sus pacientes?
E.B: He aprendido de los maestros. De la gente que estaba preparada y que ha vivido con coherencia. Un paciente de 75 años me dijo una vez: “¿doctor, usted me puede quitar el dolor?”, Yo le dije: “sí, claro”. Respondió: “Pues ya estoy contento, porque he visto que lo mío no se puede arreglar pero si usted me quita el dolor, no tengo miedo”. Le pregunté por qué estaba tan tranquilo. Tenía curiosidad. Me dijo: “Yo soy un campesino, voy por el campo, veo como es la vida, de repente veo un árbol que tiene una enfermedad y digo, uy está mal. Al cabo de unas semanas pasa un vendaval y está en el suelo. Yo soy como ese árbol. El próximo vendaval me llevará. Pero si me quita el dolor estoy tranquilo. He hecho lo que he venido hacer, sé que me tengo que ir, siempre lo supe”.
Esa es la vida. La gente pregunta: “¿Por qué me tengo que morir?” Pues cariño, porque has nacido. No hay otra explicación. Aceptar la realidad es la mejor manera de fluir a través de ella. El sufrimiento no es más que la resistencia de lo que está ocurriendo en el presente. Queremos cambiarlo pero generalmente suele ganar la realidad entonces cuanto más rápido lo aceptes y no intentes cambiarlo, la vida fluirá mejor. Igual con la muerte, es mejor aceptar que suceda que dirigirla tú que no sabes para dónde va.
Fuente: Revisa Semana Colombia