Interesante reflexión en nuestro trabajo con y para las mujeres.
A veces, en mi trabajo con mujeres les muestro cómo hacer un manto expiatorio de tamaño natural con un trozo de tejido u otro material. Un manto expiatorio es un manto que detalla en imágenes, escritos y toda suerte de objetos prendidos y cosidos a él todos los improperios que una mujer ha recibido en su vida, todos los insultos, todas las calumnias, todos los traumas, todas las heridas y todas las cicatrices. Es la exposición de su experiencia como chivo expiatorio. A veces bastan sólo uno o dos días para confeccionar semejante manto, otras veces se necesitan varios meses. Pero resulta extremadamente útil para detallar todas las heridas, los golpes y los cuchillazos de la vida de una mujer.
Al principio, yo misma me confeccioné un manto expiatorio. Muy pronto su peso fue tan grande que necesité todo un coro de musas para llevar la cola. Se me ocurrió la idea de confeccionar aquel manto expiatorio y, una vez reunidos todos aquellos desechos psíquicos en un solo objeto psíquico, quemar la capa para, de esta manera, eliminar en parte mis viejas heridas. Pero lo que hice fue colgar el manto del techo del pasillo y comprobar que, cada vez que me acercaba a él, en lugar de sentirme mal, me sentía bien. Empecé a admirar los "ovarios" de la mujer que había sido capaz de llevar semejante manto y seguir caminando resueltamente, cantando, creando y meneando el rabo, Y descubrí que lo mismo les ocurría a las mujeres con quienes yo trabajaba. Tras haber confeccionado sus mantos expiatorios, las mujeres se niegan a destruirlos. Quieren conservarlos para siempre, cuanto más desagradables y ensangrentados, mejor. A veces los llamamos también mantos de batalla, pues son la prueba de la resistencia, los fracasos y las victorias de cada una de las mujeres y de sus congéneres.
Tampoco es mala idea que las mujeres calculen su edad no en años sino en cicatrices de guerra. -¿Cuántos años tienes? -me pregunta a veces la gente. -Tengo diecisiete heridas de guerra -contesto.
Por regla general, las mujeres no se inmutan sino que empiezan a calcular alegremente su edad de la misma manera, contando sus propias heridas de guerra. De la misma manera que los lakotas pintaban imágenes en pellejos de animales para señalar los acontecimientos invernales, y al igual que los nahuatl, los mayas y los egipcios tenían sus códices en los que anotaban los grandes acontecimientos de la tribu, las guerras y las victorias, las mujeres tienen sus mantos expiatorios y sus mantos de batalla. No sé qué pensarán nuestras nietas y nuestras bisnietas de esta manera de reseñar nuestras vidas. Espero que reciban las debidas explicaciones.
No nos engañemos a este respecto, pues nos lo hemos ganado a pulso con las duras elecciones de nuestra vida. Si alguien te pregunta tu nacionalidad, tu origen étnico o tu estirpe, esboza una enigmática sonrisa y contesta: EL CLAN DE LA CICATRIZ. Clarissa Pinkola Estés
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