Imagen de Jamie Mccartney
Hace algunos días tuve la visita rutinaria a ginecología. Una hora de espera en una sala abarrotada de mujeres embarazadas y yo. Todo relativamente normal, hasta que llegue a la consulta, allí me encontré con un hombre no muy mayor, que sin mucho preámbulo de preguntar sobre los motivos de consulta me pidió me pusiera la bata para empezar la exploración.
En menos de dos minutos estaba allí, acostada, con las piernas abiertas en una camilla esperando ser auscultada; de un momentos otro, sin preparación alguna, sin tranquilizarme, sin ningún tacto, siento como penetra el especuló en mi interior. Pienso en la frialdad del hombre que me está atendiendo, me intento abstraer del malestar y el dolor causado recordando un libro que había leido hace algunos días, en que se hablaba del impacto emocional que tiene para algunas mujeres la cita a ginecología. Y pienso, cómo no va a ser “traumático” si le toca a una con un ser así.
Mientras estoy en mis cavilaciones escuchó al doctor decir: No ha pensado usted operarse los labios?
Mi caras es de asombro, de perplejidad casi profunda mientras respondo automáticamente NO, que yo sepa mis labios están bien.
A lo que sigue una frase del doctor: Tiene usted los labios muy gruesos, es una cuestión estética, debería plantearse la cirugía.
Mi cara de perplejidad paso a ser de desconcierto y profunda indignación frente a que aquel sujeto y lo que me estaba proponiendo. No era una cuestión médica, una anomalía, o problema real, era simplemente que a sus ojos mi vagina necesitaba verse pequeña, pálida y requería una intervención.
El tema de la cirugía vaginal es algo que había leído en algunas revistas, visto en documentales, escuchado hablar a algunas mujeres; pero esta vez era yo quien lo estaba viviendo en primera persona. Allí, en una camilla con lo más íntimo expuesto ante un ser masculino que cuestionaba con descaro la estética de mi intimida, de mis órganos, de mi ser femenino.
Pase del malestar, a la indignación y de allí rápidamente a la rabia de sentirme violentada. Mis palabras fueron determinantes: No, no necesito ninguna operación estética, estoy contenta con mis labios, no necesito hacerlos más grandes o más pequeños, así son perfectos.
En aquel momento no tuve palabras. Mi cara de asombro y la perplejidad se apoderaron de mí cuerpo. Pero hoy me permito escribir sobre ello, mi experiencia, que quizá es la de muchas mujeres que han sentido, vivido y padecido algo similar. Hoy escribo por mí, por ellas, por todas nosotras.
Sepa usted que NO me interesa sus soluciones para algo que realmente no está mal, su solución para tener unos labios vaginales al gusto de un "consumidor". Mis labios no son un producto de moldear, amasar, engrosar, adelgazar. Ellos hacen parte de mi cuerpo, ese templo sagrado que honro, cuido y acepto tal cual es.
Déjeme decirle que una parte de mi entiende su necesidad de vender el producto "cirugía estética vaginal" finalmente es su negocio más que su trabajo. Pero, yo mujer que trabaja con mujeres, soy una convencida de que el modelo de labios vaginales pequeños, delgados, blanqueados, quizá solo exista en las películas porno y en aquellas mujeres que médicos como usted han convencido que su vagina es antiestética.
Déjeme decirle, que la realidad es otra; quizá usted lo sepa mejor que yo. Las vaginas son así, algunas grandes, otras pequeñas, algunas rojizas, otras más morenas, algunas de labios que se expanden, otras que se encogen; algunas llevan vello, si esto que nos dicen también que debemos quitar. Sepa usted que las vaginas son tan variadas como las mujeres mismas, y muchas estamos felices de llevar una vagina única y diferente. Eso ya me hace bastante especial.
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